Nuria Barbosa León,
periodista de Granma
Internacional y Radio Habana Cuba
--¡Tienes una acusación grave!, Teniente Cañuela — dice el Capitán en su oficina luego del matutino en la plazoleta de la unidad.
El capitán siempre lo llama por su apellido para no mencionar el apodo de Bory. Su nombre, con varias sílabas difícil de pronunciar y escribir, recoge en un vocablo el de los abuelos pero al conjugarse junto a los apellidos suena como una malapalabra.
Enseguida reflexiona en su actuar como Instructor de la Policía. No dilucida cuál de los hechos ocurridos con ladrones, prostitutas, proxenetas, carteristas, funcionarios corruptos, violadores, estafadores y todos los demás oficios prohibidos puede motivar “tal acusación”. Pregunta:
--¿De qué se trata?
El Capitán en ocasiones anteriores lo requirió por su apariencia. En su vestuario de civil, gustaba colocarse la gorra con la visera hacia atrás, usar el pullover de colores llamativos y con letreros en inglés, los pantalones caídos a la cadera exhibiendo el calzoncillo y ajustados con una faja ancha enganchada con una hebilla gigantesca y plateada. El calzado, zapatillas deportivas con una marca al relieve, sin importar la veracidad o la calidad del zapato. No concebía la prohibición de usar con el uniforme un tatuaje o un pircer porque de no existir la ley ya lo tendría colocado. Imagina, en su ego, los rostros envidiosos para con él.
El ser policía le posibilita un buen salario que lo emplea íntegramente en su afán de imitar a los cantantes de reggetón, sobre todo, los extranjeros. De ahí su pasión por los musicales de la tele, y andar con audífonos en los oídos. Memoriza temas de Daddy Yanquee, Don Omar, Vico Ce, y persigue a los cantantes cubanos como Gente de Zona, Los Cuatro, El Chacal y Osmany García, porque para eso su carné del MININT le permite entrar a los club sin pagar el cover en CUC, excesivamente costosos para un joven. Se obsesionó con obtener un celular, significa el accesorio necesario para completar sus atributos. Cuando lo obtuvo puso en la pantalla una imagen de una mujer con el torso desnudo, con pequeños vídeos pornográficos y en el timbre de las llamadas el gemido de una voz femenina haciendo el sexo.
--Te acusan de abuso sexual. – Habla el Capitán y Bory hace un gesto de asombro. Se sabía con suerte para con las mujeres. Sólo una mirada o una expresión y adivinaba con quién terminar la noche. Alguien le dijo que con sus 24 años y su cara tierna conseguiría a todas las mujeres que quisiera y cómo las quisiera. Veredicto muy cierto. El capitán concluye su frase –Te metiste con una, en el baño de la estación, y te la templaste.
Bory no creyó escuchar bien, hurga en su memoria y sólo pudo ser ella. Ese día se produjo un ajuste de cuentas por deudas y hubo un lesionado con arma blanca en una bronca callejera en el barrio de Cayo Hueso. El herido fue internado en el hospital y el otro conducido a la unidad. Tomó el caso porque ocurrió en su guardia.
Ella, morena, arrastrando tacones muy altos, con pestaña y uñas postizas, tatuaje encima de las nalgas, blusa corta y pantalón a la cadera. Todo su cuerpo despierta el afán morboso de la provocación. Se insinuó mostrando sus senos recogidos y abultados en el ajustador. En un susurro dijo en la oficina de los oficiales con otras personas presentes: “Vengo a buscar a mi novio”.
Su mirada, escondida en lentes de contacto de color, combinaba perfectamente con su piel y pelo. En su sonrisa, de dientes blancos, destacaba la incrustación en oro del colmillo de la izquierda. Su cuello y manos ostentaban cadenas y pulseras doradas. Para nada escuchó la explicación de Bory. Optó por posiciones provocativas de forma que el busto cayera en el mismo centro de la mirada del policía. Sus manos buscaban chocar con los muslos del joven muy cercano a la portañuela. Con pocas palabras y modales exagerados pidió sacar a su novio y para ello pagaría con dinero y con su cuerpo. La conversación se prolongó y los artilugios de la mujer extendieron el diálogo.
--Es imperdonable que los baños de la unidad se utilicen como posada –dice el Capitán con furia, --Ya ustedes no tienen qué inventar.
Se refiere a los subordinados que viven en el albergue, proceden de las provincias orientales, duermen en literas y su único mobiliario es de una taquilla para colgar el uniforme. Bory llegó de Manzanillo, su infancia y adolescencia transcurrió en una finca perteneciente a una cooperativa, allí su papá labora de sol a sol, en los cultivos. Nunca faltaron los alimentos y hasta se comía mejor que en La Habana, pero sus aspiraciones se ubican lejos del campo.
Supo de la captación para la policía a través de un socio que trabaja en la Unión de Jóvenes Comunistas, se presentó en el Comité Militar y ahí le iniciaron los trámites para irse a la capital. Como su nivel académico superaba el doce grado, le propusieron la escuela de oficiales de la policía y soñó con ser un detective. Pasó el curso para instructores y al concluir le otorgaron el municipio de Centro Habana.
En los primeros momentos su recorrido consistía en ir del albergue para la unidad por las mismas calles, pero cuando conoció el entorno se expandió hasta deambular por cualquier vía sin miedo alguno. Conoció lo más sucio de las personas y supo identificar lo marginal en la sociedad. Su modo de hablar no perdió el acento inconfundible del oriental adulterando las frases en español pero lo combinó con la jerga habanera en un engendro perfecto. Aquel día, luego de un rato de conversación con provocaciones sexuales ella le pidió ir al baño. El Capitán le propuso en este instante:
--Te muestro el vídeo del interrogatorio.
Enciende el televisor de la oficina y ahí su imagen, ya sin maquillaje, con el pelo desarreglado y los ojos sin lentes, llenos de lágrimas. Su hablar, bajo y pausado: “Fuimos para el baño de la unidad que queda al final del pasillo, entramos y el oficial Bory cerró la puerta, me insinuó que le chupara la pinga por lo que se recostó a la pared y yo me agaché. Coloqué un preservativo con los dientes y entonces me inclinó sobre el lavamanos y me la metió. Yo no quería, él me obligó con tal de sacar a mi novio”.
--Eso no es verdad, --grita Bory—no se da cuenta con quién habla.
--Todos los acusados dicen que son inocentes –responde el Capitán – Tengo muchos años en el giro, tu actuar y vestir me dicen que en otros momentos lo has hecho pero nadie te ha metido en la candela.
El día de los hechos, en la oficina, varias personas los vieron conversar, luego se fueron al baño y nadie sabe qué pasó después. El Capitán continúa:
--Ahora mismo me das la chapa, las identificaciones, el arma y todo lo demás. Te vas para La Cabaña, a la unidad de castigo.
Bory protesta, quiere explicar y el Capitán sentencia:
--Hasta que se pruebe lo contrario, eres culpable –hace un gesto acusatorio --La ingenuidad y la culpa tienen el mismo castigo.