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martes, 4 de septiembre de 2012

Los alimentos y el agua


Nuria Barbosa León
Una infancia infeliz la relata mi amigo, el Jabao, siempre que tiene un rato libre y desea recordar, esos momentos de la Cuba capitalista.
Su madre, abandonada por el marido, enfrentó sola una prole de siete hijos que vivían todos en una habitación reducida en un edificio multifamiliar de la Habana, conocido como solar, donde abundaba el vago, la prostituta, la delincuencia, el tráfico de productos y de drogas, el desorden y la chusmería.
Los niños, sin asistir a la escuela, pasaban la mayor parte del tiempo, solos, deambulando en busca de algún favor que le devolviera unos centavos para comprar algún alimento porque la madre laboraba más de doce horas en una casa de Miramar como cocinera.
A la salida del trabajo, los hijos mayores se turnaban para traer de vuelta a la madre porque en el fondo de la lata de los desperdicios de la casa de ricos se sacaba el poco de comida que se podía ofertar en la noche a los muchachos hambrientos.
A la hora de comida, se coronaba la mesa con una gran jarra de agua y se servía las raciones a partes iguales, que resultaban ser escasa para los estómagos sedientos que no probaron otro alimento en todo el día.
Como consuelo y ante el reclamo de los muchachos de algo más para el estómago, llegaba la expresión:
--Tomen agua, con la comida se toma mucho agua.

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