Guerra
en Angola de 1981 a 1983. Edilberto Remón Guerra participa en la
Caravana de vehículos de Huambo a Moxico, como parte de la misión
militar cubana.
Una
fila de transportes, con el armamento y el avituallamiento de un
regimiento, atraviesa el país africano en unos 20 días, en su paso
revisan puentes, descubren aldeas, se auxilian de la topografía,
exploran arboledas y terrenos con elevaciones. Viven un gran
hostigamiento con las emboscadas enemigas.
Además,
requieren de reparar los carros o destruirlos, de ser alcanzados por
los explosivos enterrados, de ahí que la orden de parar ocurre con
frecuencia.
En
cada parada, la tropa acomete tareas en la guarda y custodia de los
equipos, la limpieza y engrasamiento de las armas, así como el
descanso tan ansiado por tantas horas de viaje en blindados con poca
ventilación y oscuros. Algunos aprovechan para rociarse un poco de
agua en el cuerpo porque el baño resulta un privilegio.
El
ingenio criollo, presente en la tropa, aflora en los momentos de
mayor tensión. En una misión de abastecimiento de agua potable en
un río, el carro-cisterna se sumerge y, en la emergencia, con
pericias de amarres y acciones rápidas lo capturan sin daños para
el vehículo. A partir de ese hecho lo bautizaron como “la Buena
Pipa”.
El
General Romárico Sotomayor, nombrado al mando de la Caravana,
transmite intranquilidad, su yipi se desplaza de un lugar a otro,
velando porque todo estuviera en su sitio y las imprudencias no
provocaran accidentes.
Así
sorprende a la escuadra de Edilberto en una parada. En la fatiga
prolongada de varios días de andar, los hombres aprovechan los
escasos minutos para el afeite, escriben cartas, entablan partidos en
juegos de mesa o duermen desprotegidos, distanciados de las arma, sin
tener en cuenta un ataque imprevisto.
Por
no tomar las medidas ante un enemigo real y cercano, el General los
regaña tan fuerte que el sueño se aleja y el cansancio desaparece.
Luego sólo quedan fuerzas para el engrase de la pieza de artillería.
La
Caravana retorna a la marcha, a pocos kilómetros y después de
pasar la línea del ferrocarril son emboscados. Por primera vez
Edilberto siente la muerte cerca, nunca participó de un combate
real. Dispara su arma parapetado detrás de un arbusto pero el
temblor de las manos y pies no lo deja accionar adecuadamente.
Se
dice así mismo: “Yo no tengo miedo”, pero su cuerpo tiembla. Al
concluir la balacera, tira con rabia la ametralladora al suelo como
la causante de no controlar sus nervios en la hora precisa.
A
los pocos minutos, cuando estuvo más calmado la recoge, la besa y
piensa que le salvaría la vida en momentos difíciles. Así fue.
Cuantas historias, iguales o parecidas tiene cada uno de los cubanos internacionalistas de la guerra en Angola, estaría bueno editar en uno de los periódicos nacionales; JR,G, o Trabajadores semanalmente un artículo similar, serviría para recortar y formar un gran folleto, quien sabe con cuánto valor histórico.
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