Duele
el pecho, el mundo llora, a Ayotzinapa
le asesinaron 43 de sus jóvenes hijos el 26 de septiembre de 2014,
por el sólo hecho de querer protestar contra una candidatura
electoral fraudulenta.
Con
anterioridad, se concretó el exterminio de tres estudiantes de la
Escuela Normal Rural “Isidro Burgos”, 22 normalistas heridos y la
masacre de tres personas más, calificados incluso por la ONU como
“los sucesos más terribles de los tiempos recientes”.
Esa
barbarie patentiza el sadismo, pavor y odio de clase que desbordan
las oligarquías local y metropolitana, serviles a los órganos
represivos hacia las resistencias con afán de acabar con un orden
depredador y colonial.
Un
fantasma se apoderó de las calles en México. Los padres de familia
movilizaron cielo y tierra para hacer aparecer los cuerpos porque el
silencio, la impunidad y la injusticia cobrarían la vida de más
jóvenes. La no garantía de ser el último hecho es una certeza.
Estas
tácticas y estrategias, materializadas por Estados Unidos y que
opera en más de 54 países, incluyen desapariciones físicas,
masacres, listas de asesinatos (kill list) o lista de eliminables,
capturas, remoción de liderazgos, neutralización, cooptación de
sectores sociales resignados, fragmentación y divisionismo de
organizaciones, desinformación, guerra psicológica, marginación de
guerrilleros, corrupción, infiltración, terror, traición y compra
de caudillos, camarillas sindicales y cuadros pequeño-burgueses.
Por
un lado, Ayotzinapa pone al desnudo la brutal guerra contrainsurgente
de la oligarquía local y del imperialismo contra los condenados de
la tierra, y por el otro, cristaliza la ofensiva insurgente
anticapitalista de los trabajadores, pueblos, comunidades originarias
y afrodescendientes, particularmente de Nuestra América.
Por
eso ante el empuje de las movilizaciones, el presidente mexicano
Enrique Peña Nieto no tuvo otra alternativa que reunirse con los
padres de familia.
En
el local, en un polo, los organizadores de las protestas con rostros
curtidos por el sol y el trabajo, ropas desgastadas en su uso y con
la mayor arma: la fuerza de la verdad. Del otro, la cúpula
presidencial con cuellos blancos, trajes de etiquetas, poses
ensayadas y respuestas exactas ya gastadas.
Una
proposición emergió de los grupos de poder:
--Entregamos
la cifra de 150 000 pesos mexicanos a cada familia y se acaban las
movilizaciones.
Una
voz de piel indígena respondió de inmediato:
--Cada
una de nuestras familias aportará 150 000 pesos mexicanos porque el
presidente nos entregue una de sus hijas.
El
silencio irradió la escena, confirmó el resquebrajamiento de los
cimientos obsoletos del sistema capitalista mundial y el preámbulo
de las revoluciones socialistas del siglo XXI.