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lunes, 7 de abril de 2014

Por ese motivo, relatos desde Cuba



Por Martha Ríos, periodista y locutora de Radio Habana Cuba 

La vida de los pueblos está hecha de esos hombres a quienes la única riqueza que los cubre es la sencillez. Son sus hazañas cotidianas en el surco, el taller, frente al fogón, la cartilla, el pincel o en una sala de hospital, donde se fragua el temple que los hace trascender.

Encontrar esas historias no es difícil entre cubanos, artífices de una patria que desde siglos se ganó el respeto de poderosos, inclusive.

Contarlas es otra cosa. Un puñado de anécdotas y testimonios, acopiados en el ejercicio de su profesión, motivó a la periodista Nuria Barbosa León (La Habana 1966) a labrar, cual orfebre, sus primeras crónicas enriquecidas con las técnicas de composición aprendidas años ha, en talleres literarios.

Dividiendo o multiplicando las horas que dedicaba a su familia, los vestales oficios, la edición de la Página Web de Radio Habana Cuba y como redactora en el periódico Granma Internacional, escribió durante una década, medio centenar de relatos que reflejan el palpitar de su país, antes y después del triunfo de la Revolución (1º de enero de 1959).

De esta manera, y sin percatarse, esa laboriosidad ilimitada la convirtió en el personaje anónimo de las historias que recreaba, envueltas en un particularísimo sello, único boleto para transitar por la autopista de la información, colgadas en su modesto blog.

A LA LUZ DE LAS MIRADAS

Revisar diariamente el correo electrónico se convirtió en una de las mayores satisfacciones de Nuria. Recogía opiniones y sugerencias de sus ávidos lectores, de lugares insospechados, que la animaban a continuar sus cortas crónicas mediante las cuales descubrían a Cuba y su gente.

Así, Mirelva, Julio Ríos, Guillermo, y otros más, salieron del entorno al que siempre pertenecieron: lomas, caseríos y ciudades de la mayor isla de Las Antillas, y se hicieron populares en otras latitudes.

Desde Argentina, el 1º de octubre de 2012 recibió el mejor regalo de cumpleaños. Jaime Rodríguez, un comunista sobreviviente de la dictadura militar, deseoso de ver una revolución triunfante en su país, y admirador del proceso social cubano, le proponía a la novel escritora llevar a imprenta una buena parte de aquellos materiales.

Dicho y hecho. Por ese motivo, relatos desde Cuba, título del volumen de 80 páginas, tomó forma en la editorial OsAma, con prólogo del ensayista y poeta cubano, Víctor Andrés Gómez Rodríguez, el profesor del taller literario que en la década de los 80 condujo a la entonces estudiante de pre-universitario, a bordar con letras su sensibilidad humana.

Meses después, Nuria Barbosa viajó a la argentada tierra, invitada por el veterano luchador, editor del libro, para presentar su primer tesoro de papel.

Escuelas, sedes sindicales, comunidades, centros laborales y bachilleratos populares de Buenos Aires, Mar del Plata, La Plata y Bahía Blanca, conocieron a la cronista que prefirió el encuentro en los días del aniversario 60 del asalto a los Cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en el oriente de Cuba, (26 de julio de 1953), liderado por el joven abogado Fidel Castro, momento de viraje histórico en América Latina.

De Argentina volvió cargada de anécdotas que ya transitan, con su impronta, por la misma vía de las primeras creaciones que la sacaron a la luz. Por ese motivo, relatos desde Cuba, fue catalogado recientemente de interés municipal y legislativo por la alcaldía del Consejo Deliverante de Morón, en el país austral. Próximamente se hará una presentación en Colombia, y México también desea acogerlo.

Del libro se ha hablado en varias bibliotecas públicas cubanas y en escenarios donde transcurrieron muchos hechos narrados en él, pero aún no se ha publicado por las carencias materiales que sufre la nación, consecuencia del bloqueo que durante más de 50 años le impone el gobierno de EE.UU.

Mas, los personajes de esos relatos siguen aquí, aunque algunos estén en otra dimensión, porque la sencillez con que vivieron los inmortalizó, y son el orgullo de este pueblo que tiene en su patrimonio inmaterial la verdadera riqueza.

lunes, 20 de enero de 2014

La remera(*)

por Nuria Barbosa León

imageEl único encargo del joven argentino, Hernán Rodríguez Pleban, al conocer del viaje a Cuba de su madre Sussy, consistió en una remera del Equipo Nacional de la Mayor de las Antillas en cualquiera de sus deportes, pero en especial de béisbol.

Desde pequeño admiró los juegos deportivos y vio a los cubanos cosechar medallas en los campeonatos internacionales: Centroamericanos, Panamericanos, mundiales y Olímpicos. Ahí radicó el motivo para elegir ser profesor de educación física.

Cuando Sussy visitó Cuba en el año 2007, Argentina vivía una gran efervescencia. El pueblo levantó una estatua en homenaje al Che Guevara con el bronce recolectado por miles de llaves y pedazos de metal donados para recordar el natalicio 80 de la insigne figura. Cuando la imagen estuvo lograda, una gran multitud acompañó, en caravana masiva, la transportación por barco hasta la ciudad de Rosario donde sería situada.

Sussy tomó algunas remeras blancas y le adhirió la foto de la estatua. Ese sería el regalo preciado para obsequiar a los cubanos en su viaje. Ya en La Habana, la entregó al esposo de una amiga que al verla, dijo:

-Nosotros no necesitamos al Che en un pullover porque lo llevamos en el corazón.

No obstante, aceptó el obsequio, por el significado coyuntural del momento y por su valor utilitario. En Cuba quedó una camiseta que recorrió las calles, recibió sudor del trabajo, perdió su color original, participó en el desfile del Primero de Mayo y se desgastó de tanto uso.

En cambio Sussy deseaba cumplir con la promesa hecha a su hijo, algo imposible de obtener porque en las tiendas de La Habana la comercialización de la ropa deportiva no es común. Compró boinas, guayabera pero no encontró el preciado regalo, por mucho que caminó.

Ya de vuelta, en el aeropuerto se tropezó con el equipo cubano de fútbol que partía a cumplir sus compromisos internacionales y para más suerte, uno de sus jugadores la acompaña en el avión, sentado a su lado.

Conversó de varios temas con el chico hasta que le confesó la deuda. El muchacho tomando precaución de su entrenador para no ser requerido, cedió una de sus prendas de prácticas. Escribió una nota: “Para Hernán Rodríguez, de un atleta del Equipo Nacional de Fútbol de Cuba. Que la cuides y siempre la guardes de todo corazón”.

Con una alegría inmensa, Hernán respaldó el torneo emitido por la televisión. Fueron días de felicidad al conocer de las victorias logradas por los cubanos y saberse dueño de un objeto valioso de quienes protagonizaban esas hazañas. Se sintió feliz, la mostró como un trofeo y la sudó en el trabajo ante los muchachos a quienes les impartía clases.

Un titular del noticiero televisivo cambió el hecho. Hubo varias derrotas consecutivas de los futbolistas cubanos. Los reporteros repetían una y otra vez la noticia para levantar una campaña mediática. Más de la mitad de los jugadores desertaron. Todos, captados por dinero. Tristemente ocuparon las nominas de clubes privados en ligas norteamericanas y europeas.

Hernán se sintió traicionado. Tiró la remera en un lugar oscuro para no recordarla nunca más.

(*) Camiseta

viernes, 27 de diciembre de 2013

El Negro

por Nuria Barbosa León
Conrado Pérez Almaguer supo desde muy niño que la palabra “negro” significa desprecio, odio y humillación, y que el color de la piel mide diferencias con otras personas.
Nació en la década del 40 en el campo, en un batey azucarero cerca de la ciudad de Puerto Padre, municipio de la actual provincia oriental de Las Tunas, descendiente de un matrimonio con ocho hijos. Para ellos la comida era un lujo y el único alimento posible, extraer guarapo con las muelas.
Conrado y sus hermanos aprendieron los secretos del cañaveral antes de hablar. Sus pequeños brazos amontonaban la caña y la lanzaban a las carretas para contribuir a que la paga del padre rindiera para un plato de harina de maíz en las noches oscuras, acompañados de mosquitos y con la brisa del aire como música.
Su casa, asentada en el camino se hizo como vivienda improvisada porque el dueño de la tierra preveía un futuro desalojo cuando la familia no sirviera para el trabajo. No permitió nunca la siembra de otro tipo de cultivo que no fuera la caña, ni la cría de animales. En tiempo muerto de zafra, el hambre rugía, los ojos enrojecían y en el cuerpo esquelético de los muchachos prendía la fiebre.
Y aunque en tiempo de molienda, aparecían esperanzas en la familia para una vida mejor, estaban condenados al pago del colono a través del bono de hasta tres pesos con el que podían adquirir los productos en la bodega, propiedad del propio dueño y conformarse con las escasas mercancías ofertadas.
Allí, los vecinos: Benjamín Mayo impedía que en su finca sin cultivos fueran tomadas las ramas secas para convertirlas en leña para el fogón, y Amado Manresa se creyera el dueño del agua prohibiendo el acceso al único pozo de la zona. Pero además, Conrado y su familia, sufrían el desprecio por ser negros. Los llamaban los “negritos”.
La palabra “cambio” se convirtió en la fuerza para acompañar a los barbudos de la Sierra Maestra a través de las noticias escuchadas por boca de alguien. Cuenta Conrado que se aferró al 1ro de enero de 1959 para nunca más triturar caña con los dientes.
Hoy vive en el poblado tunero de Vázquez, labora en una cooperativa agropecuaria, cosecha caña y produce sus propios alimentos. A nadie le importa el color de su piel y lo destacan como buen trabajador. Lo admiran por sus aportes productivos y su familia es valorada porque cuando empieza la zafra, todos se meten en el cañaveral.
Su casa de mampostería la construyó el Ministerio del Azúcar como a los demás trabajadores del lugar. Sus cinco hijos, junto a los otros chicos del pueblo, estudiaron lo que han querido y hasta donde han querido. Lamenta que sólo uno haya quedado en las tierras para cultivarlas.
Ya no siente pavor cuando lo llaman “Negro”.

lunes, 16 de diciembre de 2013

La invasión

Nuria Barbosa León
Por su historial dentro de las filas del Ejército Rebelde, una de las tareas asumidas por Bernarda Salabarría Abraham al triunfo de la Revolución cubana en 1959, consistió en integrar la Sección Técnica de la Comisión Nacional de Alfabetización, encargada de la organización, coordinación y desempeño de enseñar a leer y escribir a cuanto iletrado existía en ese momento.

Toda Cuba se movilizó para alfabetizar, adolescentes y jóvenes, ávidos de integrarse a un proceso de cambio y sintiendo una deuda de participación en un proyecto social diferente, tomaron la tarea con un entusiasmo desbordado, subordinando proyectos familiares a una meta colectiva.

La invasión mercenaria por Playa Girón pudo concluir con el noble propósito de acabar con el analfabetismo de más de 32 mil 849 personas y ante el preámbulo de una guerra imperialista Bernarda fue llamada a cuidar la vida de los alfabetizadores que recibían preparación en el balneario de Varadero.

En esos días de abril, su embarazo casi rondaba los nueve meses, días antes su esposo no tuvo tiempo para despedirse de la familia y partir hacia la línea de combate. Una despedida de pocas palabras ofreció Bernarda a sus padres que quedaron en casa con el temor de no volver a ver a su hija y de perder el nieto ansiado.

Al llegar a los albergues de Varaderos, antiguas casas de veraneo de la burguesía cubana, Bernarda vio rostros de muchachos felices que no lo amedrentaban los partes de guerra, decididos a continuar con la campaña.

Organizados en grupos, los jóvenes se reunieron con la jefatura para pedir armas y defender el suelo patrio. Costó mucho convencerlos de no participar en esa epopeya. Hubo que apelar a sus inexperiencias como soldados y al deber de alfabetizar como principal tarea del momento.

Muchos padres, llegaron a la playa para convencer a sus hijos de regresar a casa ante la inminencia de una guerra. Recuerda a una madre que muy preocupada se le acercó, con lágrimas en los ojos, invocando el embarazo y el nacimiento del futuro hijo de Bernarda.

--Mi hijo persiste en quedarse, sólo usted lo puede convencer -explicó la mujer con dolor en sus palabras

Bernarda resuelta respondió:

--Si yo fuera la madre de ese joven, estaría muy orgullosa, demuestra ser un ALFABETIZADOR.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Por un futuro

Nuria Barbosa León, periodista de Granma Internacional y Radio Habana Cuba
- ¡Habla perra!
Un grito y un golpe seco al mentón, acompañan la frase. Damaris la convierte en resorte para alejarse de aquel local maloliente, con paredes oscuras y destilando sangre por cada una de sus grietas.
Su torturador, escondido detrás de una lámpara incandescente, enfurece ante el silencio. Los golpes llegan a la presa, atada de manos y pies, escasas ropas y descalza. No sabe en qué momento dejó de sentir dolor y cómo su boca ni siquiera se quejó.
Su cabeza pudo vagar fuera del lugar. Primero vio a su madre esquelética, ya casi moribunda en aquella casa improvisada de las afueras del estado brasileño de Maranhao. Esa imagen del rostro hambriento de quien le dio la vida, allí en un espacio pequeño rodeado de miseria, hijos desnutridos y enfermedades.
Su mente se trasladó a la infeliz infancia que la convirtió en sirvienta de su madrastra con nueve años de edad y escapó de su casa en la década de los 50 en busca de un trabajo para desatarse del yugo familiar.
En la fábrica textil conoció a Antonio quien la condujo en los avatares de reuniones, tribunas, líderes, protestas y huelgas. Allí abogó por el derecho de la madre trabajadora para prolongar el tiempo de amantar a los lactantes que eran cuidados en la guardería de la textilera.
En su labor como dirigente obrera conoció las favelas de Sao Paulo, y llenó de esperanzas a las familias, convenciendo de que una vida fuera de la delincuencia, el alcoholismo, la drogadicción y la prostitución es posible. Sólo se necesita luchar por el cambio social.
Antonio, discapacitado por la pérdida de visión ante la falta de tratamiento médico, le propuso un matrimonio ligado al amor y la trinchera. Así la pareja vio morir a su primer hijo sin apenas alcanzar el primer año de vida por falta de recursos para adquirir medicinas.
En aquella habitación de olores confusos, sangre en las paredes y huellas de gritos, cuanto más el verdugo golpea preguntando nombres y direcciones, ella se aferra a una fuerza ideal provocada por los recuerdos de sus otros cuatros hijos, quienes crecieron en las protestas callejeras por defender las vidas miserables de los trabajadores de Brasil.
De ahí que en la década de los 60 fundaran la organización Vanguardia Popular Revolucionaria y se juntaran para estudiar obras políticas, conversar de las revoluciones en el mundo y ligarse al socialismo como faro.
La noche del 20 de febrero de 1970, la casa resultó invadida por la Policía de la Fuerza Pública del estado de Sao Paulo, acribillaron a balazos al esposo delante de los hijos, decomisaron las armas del movimiento, los documentos y todo el dinero. A Damaris la sacaron encapuchada, arrastrada a empujones y alaridos.
Después de los interrogatorios, sus compañeras de celdas la arroparon con sus propios cuerpos para que las heridas no se infestaran y lloraron ante la impotencia de ser vejadas.
En 28 días, un indulto tramitado a través de Japón la llevó a reunirse con tres de sus hijos en México, para luego vivir en Cuba por diez años.
Hoy la anciana Damaris Oliveira Lucena, cuenta su historia porque sabe que servirá de ejemplo para conquistar el futuro.

martes, 22 de octubre de 2013

La Lotería

Nuria Barbosa León, periodista de Granma Internacional y Radio Habana Cuba
Desde que tuvo conciencia, Guillermo Elizalde Sotolongo, escuchó pedir a su mamá, todos los días, una casita en el pueblo.
Nacido en 1930, su infancia transcurre en el poblado Vegas, cerca de la ciudad de San Nicolás, de Bari muy próximo a Matanzas. Su padre, obrero en tiempo de zafra, en el central Gómez Mena devengó salario sólo tres meses al año. Los restantes despertaba temprano en las mañanas a buscar cualquier actividad agrícola en las fincas vecinas que le aportara unos centavos para su prole.
La madre de Guillermo parió diez hijos, cuatro de ellos murieron en el primer año de vida y los otros sufrieron el andar descalzo, refugiarse del frío tapándose con sacos de azúcar, comer harina con manteca, vestirse con las ropas remendadas donadas por otros y padecer los males sociales del capitalismo.
Al nacer en la casa, en manos de una comadrona, ninguno de los niños fue inscrito en el Registro Civil, sólo al cumplir los 18 años y con el propósito de participar en las elecciones tuvo en sus manos una certificación de nacimiento. Incluso hasta con error porque se adulteró el año de nacido para hacerlo mayor de edad.
Para obtener los alimentos en la bodega del pueblo, perteneciente a los dueños del central, la familia mantuvo una libreta en la cual sumaban los productos adquiridos a crédito que luego serían descontados del salario del padre al comenzar la molienda.
Este aferrado a la suerte del juego, siempre estaba detrás de una apuesta, que en muchas ocasiones le hizo perder hasta los pocos centavos acumulados para la comida de sus hijos. En ese momento de desespero las lágrimas brotaban sin compasión.
A la familia le llegó la felicidad cuando el vendedor de billete le informó que había ganado la lotería.
La noticia corrió rápido. La madre dio gracias ante sus imágenes religiosas y dijo que la habían bendecido. Se le notaba eufórica haciendo planes y renegando la pobreza vivida hasta esos días. Repetía una y otra vez de comprar su casita y de vestir a los muchachos con ropas lindas y nuevas.
Para los vecinos resultaba un acontecimiento, entre todos buscaron un cerdo para compartir y enseguida se planificó la fiesta.
El padre se vistió con la mejor camisa y salió al pueblo a cobrar el dinero. Regresó borracho, encima del caballo que lo condujo hasta la casa, unos pesos en el bolsillo y el deseo de seguir gastando en juego.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Encuentro

Por Nuria Barbosa León, periodista de Granma Internacional y Radio Habana Cuba
Exceso de calor en los días 13 y 14 de junio de 2013. Centro de Convenciones de Cojímar en la capital cubana. Estudiantes de todo el país reunidos en el VIII Congreso de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU).
Pullover en azul, silueta de los mártires cubanos Julio Antonio Mella y José Antonio Echevarría, líderes estudiantiles de la lucha revolucionaria. Abanicos, alegría, chistes, bailes, cantos, energía.
Mochilas cargadas de criterios tomados en la brigada, discutidos en la universidad y activados en la provincia. Otros quedaron para ser solucionados en el lugar planteado porque ahí radica su solvencia.
Se anuncia el encuentro con un héroe de carne y hueso. Todos conocen la historia: hombre valiente que penetró en bandas armadas terroristas para desarticular planes guerreristas contra Cuba. Condenado a 15 años en un proceso injusto, en el cual se dictó sentencia para complacer a una mafia anticubana, que aspira convertir a la Mayor de las Antillas en una colonia y ser dueños de un pueblo servil.
René González, separado de su familia que supo decir a su esposa, Olga, que ante el enemigo no se derraman lágrimas. Patriota que por 13 años cumplió con dignidad en la cárcel un castigo que no merecía.
Celia Arañó Suárez, delegada por la facultad de Ciencias Médicas de la Isla de la Juventud, está entre los participantes. Ante ella la figura de un titán del siglo XXI, quien tomó el micrófono y con la sencillez de un cubano relató horrores, injusticias, violencias, vejaciones de las autoridades de un país sin escrúpulos, ni moral.
Los jóvenes mostraron agradecimiento, pero se sembró en ellos la semilla del valor, ese que permite vivir con limitaciones pero no perder la dignidad.
Luego de las preguntas, criterios y aplausos, hubo una cola como cualquiera de las que se hacen en Cuba. Esta vez sólo se quería saludar, estrechar la mano, plasmar un beso o posar en una foto, porque tener a un héroe delante es un acontecimiento único.